Y cuando hablan de terribles dos años, una piensa que exageran, que es sólo un mito, que no existen.
Pues, si, existen ¡y si que son terribles! Lo peor de todo es que, no siempre, los terribles dos años se terminan al cumplir los tres. De hecho, mi hijo mayor, podría decirse, que empezó a superar esta etapa a los 4, aunque recién con 5 puedo decir, finalmente, que ¡se ha calmado! y hasta es todo un hombrecito. Aunque, claro, aun suele tener sus rabietas de vez en cuando, pero ahora por motivos que pueden considerarse un poco más razonables, como recibir un «no» como respuesta al pedido de que sus amigos vengan a casa.
Debería estar feliz, debería. Pero, los terribles dos años para mi no se terminan, tienen continuidad, tal como los pañales (de los cuales todavía no he conseguido librarme). Y si de «terrible» hablamos, ahí esta mi segundo.
El segundo, que así como es el triple de dulzura, también es el triple de terrible. Tan terrible que hace que su hermano parezca un santo, aun en esos años de rebeldía.
La cuestión aquí es que el último miembro de la dinastía logra combinar a la perfección la rebeldía de los terribles dos, con cierta rebeldía y picardía de un niño de preescolar. Cortesía, esto último, claro, de su hermano mayor.
Es así que a los típicos desastres de la edad en la que no lo podés dejar solo porque alguna se manda, los berrinches del tipo «me decís no y me tiró al suelo a gritar» y el clásico «yo solo (o también me tiro al suelo a gritar)», se le suman travesuras que a su hermano, a esa edad, ni se le pasaban por la cabeza, contestaciones de niño mayor y escapes a la calle (si, literalmente a la calle, ¡y menos mal que una esta atenta, que si no…!). Y ni hablar de las siempre despreciables (pero siempre presentes) palabrotas. Consecuencias de tener una hermano mayor que, además, disfruta de juntarse con niños más grandes que él.
Y menos mal que ElSantoHermanoMayor está en una etapa de relativa serenidad y tiende a cuidarlo bastante, como para avisar cuando se manda una de las suyas, o correrlo y evitar que cruce la calle en la esquina.
Claro, eso es algo que suele pasar en la calle. En casa se potencian al máximo. Y se pelean cada microsegundo del día. Eso era algo con lo que, en mi primera experiencia con los terribles 2 años, no tenía. Aunque si solía pasarme que en medio de alguna rabieta del mayor, el segundo, quien aun era un pequeño y santo bebé (y vaya que era santo, que casi ni se lo escuchaba en todo el día) comenzaba a llorar. Pero eso no era nada, como dije, era muy santo y sólo lloraba cuando estaba sucio o tenía hambre.
Creo que todo ese tiempo se serenidad cuando bebé, me lo está cobrando ahora. Ahora que su hermano apenas lo toca, que ya empieza a gritar como si lo estuviesen matando. Ahora que alguien osa usar su juguete favorito y grita como si lo estuvieran matando. Ahora, que apenas le decís que no a loquesea y ya grita como si lo estuvieran matando.
Menos mal que una, ya con la experiencia del primero, ya sabe que hacer en estos casos (?).
Ahora, ya pensando a futuro (pero futuro muy a corto plazo), el problema grande lo voy a tener cuando comience el jardín, por allá, por fines de febrero. Que si con el mayor pasé un par de semanas espantosas porque no hacía más que llorar cada vez que intentaba poner un pie fuera del aula, con el segundo voy a tener unos cuantos llamados de atención porque de verdad es terrible.
Y después de mi primera experiencia con esta etapa, no me queda otra más que decir: paciencia, todavía me queda, al menos, un año más de rebeldía…
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